“El cambio de escala es a veces una cuestión de supervivencia. Primero vemos la montaña y luego dibujamos una línea en el mapa. Así, línea a línea, formamos la cordillera que no podemos abarcar con los ojos y, solo a través del ejercicio de la reducción, somos capaces de trazar un camino, tal vez, también, de transitarlo. De todo lo que nos importa y no comprendemos terminamos por dibujar un mapa, alterando al hacerlo el verdadero tamaño de nuestra ignorancia.”

jueves, 12 de mayo de 2011

La modelo, de Obdulio Miralles

palabras que no dicen nada ha hecho una entrada en su blog que trata sobre realizar un relato a partir de un cuadro. Dicha idea ha sido de planeta murciano. Bien, pues aquí dejo el cuadro (La modelo, de Obdulio Miralles) y mi relato:

Hace ya muchos años, Pablo me pidió que le contase cómo era su madre. Yo siempre esquivaba la pregunta, y mientras él recogía la mesa, preparaba el café y le regañaba por cualquier cosa intrascendente con tal de no volver a hablar de Claudia. La mujer que cocinaba para mí y que jamás me pidió nada a cambio. Pero hoy, preso de la nostalgia y del casi olvido que me invade, tras haber alcanzado los 80 años y al borde del precipicio de una enfermedad que me hará perder lo más preciado que tengo de ella: su recuerdo, he decidido dejar negro sobre blanco toda mi herencia, el mejor legado que puedo darle a Pablo y a mí mismo, que no es más que todo lo que ella me dio. No es nada material, se compone de escenas, de trozos vividos que me hicieron inmensamente rico por dentro. Si alguien puede decir que alguna vez fue feliz yo soy afortunado porque pude serlo con ella. Y hoy, aunque sólo soy un viejo al que le quedan pocos años malvividos que me llevarán a la peor muerte de todas: la de la pérdida de mi propia historia, puedo asegurar que viviría mil finales como éste con tal de tener a Claudia como principio.

Durante bastantes años de mi vida fui pintor y fotógrafo, pero tuve que ganarme la vida “a poquitos” cocinando en un restaurante del famoso barrio de Monmartre. Recuperé algunas recetas de mi abuela y convertí sus guisos de siempre en el reclamo más acuciante de la gente parisina, puede decirse que unos pocos como yo comenzamos simplemente a mezclar las espinacas con los crepes, desarrollando lo que ahora, en términos culinarios, de manera tan innovadora se llama “fusión.” Sin embargo, no hay nada que me gustase más que salir con el objetivo y retratar todo aquello merecedor de ser inmortalizado. Después, vendía lo que podía por la calle, lo cual me hacía inmensamente feliz, más que por el dinero, que apenas me daba para pagar el alquiler de una habitación, por la inmensa satisfacción de que alguien se fijase en algo que yo ya había hecho mío.

Así conocí a Claudia. Yo tenía entre mis fotografías una del río Sena, casi al anochecer. Claudia me la compró no recuerdo por qué importe (ya empieza a fallarme la memoria….), y me preguntó por un sitio para comer en Monmartre. Yo, por supuesto, la llevé a mi restaurante y la invité a probar una de mis especialidades. Desde entonces, Claudia siempre venía a ver mis fotografías sobre las seis de la tarde, cuando acudía a clases de dibujo, y charlábamos sobre cualquier cosa intrascendente. Era, sin duda, el mejor momento del día.

El tiempo entre los fogones del restaurante cada vez se hacía menos pesado, hasta que un día tuve un fatal contratiempo, una olla con aceite hirviendo se derramó sobre mi brazo izquierdo, sufrí graves quemaduras que, aunque no me afectaban para continuar trabajando, hicieron que el dueño del “petit cuisine” me despidiese sin más preámbulos. Ya no volví a trabajar como cocinero, aunque me recorrí todos los restaurantes de la ciudad buscando una nueva oportunidad que no llegó.

Claudia era maravillosa. Me ayudó con las quemaduras y con la búsqueda de trabajo, hasta que un día nuestra relación se convirtió en mucho más que compartir fotografías. Buscamos un piso en el barrio que nos encontró y allí vivimos un par de años hasta que decidimos regresar a España. La fotografía que hoy tengo entre mis manos se la hice yo. Me pareció tan bonita (ella siempre) que pinté un cuadro a partir de dicho retrato. Desde que me quemé la mano izquierda y parte del brazo, tras algunos meses sin volver a cocinar, le tomé un miedo irrefrenable a los fogones. A partir de ese momento, ella siempre cocinó para mí, por eso a mi mente vienen olores y sabores, mezclados con el olor y sabor de su piel de jazmín. Fue el tiempo más dulce que jamás viví, dejábamos la ropa abandonada en una silla y nos dedicábamos a nosotros mismos como si ése fuese el último día que pudiésemos vivir. Por eso, por su enorme intensidad, por su entrega sin límite, porque era el TODO con mayúsculas, es imposible que pueda explicarle a Pablo cómo era Claudia con palabras. Le he preparado un álbum lleno de historias que, al fin y al cabo, suplantarán a mi memoria cuando ya ni siquiera sepa usar el objetivo con el que aún hago algún que otro “click”.

Al final, nuestra propia vida, ni siquiera es lo único que nos pertenece….

miércoles, 11 de mayo de 2011

No tengo mucho tiempo, pero quería compartir una frase que seguro muchos de vosotros ya conocéis, y que ví este fin de semana en un museo en Medinaceli, pueblito precioso del que subiré fotos.

"La historia nos cuenta lo que sucedió, la poesía lo que podía suceder"

Feliz miércoles

miércoles, 6 de abril de 2011

Las memorias de Fabián pasan por un cuento sin padre, por unas clases de natación sin nadie que vaya a recogerle y por la academia de un profesor que nunca veía que tenía la mano levantada. Él no lo eligió, pero se pasa la vida dejando que elijan por él. Nunca me preguntó por qué, pero yo sé que constantemente tiene miedo, de su sombra, de su historia, de las historias de los demás y de las que pasan por él, de moverse un palmo del suelo. A veces me mira queriendo decirme algo que es incapaz de vomitar. Fabián no se queja, no espera nada más de sí mismo y hace mucho que dejó de esperar algo de los demás.

Dentro de su locura simula que puede ir como todos los chicos de su edad con la mochila cargada de bocadillos de nocilla del colegio a casa, pero Fabián nunca tiene ganas de merendar. Le encantan los cuentos, los reales y los inventados. Dice que su vida es un cuento. De los inventados...

jueves, 31 de marzo de 2011

Hoy he recordado que me imaginaste siempre dibujada bajo los trazos de un sueño, con una flor en el pelo y una camisa blanca, con los labios pintados y mucho sol, sentada sobre tus rodillas.

Y me sigue pareciendo un anticipo de lo que queda por venir.

Lo malo, es que el futuro siempre es incierto. Lo bueno, es que moriré el día (o, más bien, estaremos muertos) en que eso ya ni siquiera sea algo que pueda volver hacia mí.

Cuando sale el sol intento volver a encontrar la posición, el minuto en el que puedo ser real, hasta que los últimos instantes de la tarde palidecen confundiéndose con los pétalos de una flor que engrosa mi lista de asuntos pendientes.

Y en nuestra lista ya no hay guiones, los fueron tachando los motivos que los podían alcanzar.

Y en nuestra vida ya no hay recuerdos. Porque son posibles.

lunes, 28 de marzo de 2011

La vida del hombre del mercedes no lo tiene todo, en realidad, solo tiene lo que se ve.

Os dejo un relato que me han enviado esta tarde. Es de una gran persona, un mejor amigo y un buenísimo escritor. Los dos compartimos afición y me honra que me haya enviado esto último que ha escrito para que le diese mi opinión, y sobretodo le agradezco que me haya permitido publicarlo en mi blog. Yo le he dicho la frase que me parece más chocante para mí, él me ha dicho otra, me encanta... Porque precisamente ahí está la magia de la literatura, en coger un texto que no es tuyo y hacerlo tuyo. Para vosotros, ¿cuál es la frase que más os gusta o impacta?

Relato: En los suburbios del derribo

Autor: Roman Ferrando Llopis

A ella, por ser la armonía

que puso sentido a cada

nota de mi vida.

A las 3 de la tarde de cualquier día de Agosto en París el cielo acostumbra a obsequiar a los parisinos con más cantidad de sol de la que están acostumbrados a soportar. Jean-Paul es un triunfador en la vida, lo tiene todo, o quizá no, pero para cualquier transeúnte de aquel puente atascado por el tráfico, probablemente ese hombre del mercedes deportivo negro es un clarísimo exponente del éxito social. A veces incluso hay adolescentes, y no tan adolescentes, que se quedan mirando el coche en una mezcla de curiosidad y envidia nada sana.

En realidad la vida de Jean-Paul es una mierda que enmascara tras un traje muy caro, un coche muy potente y un despacho con secretaria. Amaba a su esposa, hasta que una mañana mientras ella estaba en el baño, descubrió que ella realmente estaba enamorada de su primer amor de la adolescencia, un perdedor a todas luces que servía platos recalentados en un antro a las afueras de la ciudad. Despreciaba a su esposa por haber roto la confianza que él había puesto en ella, odiaba su círculo social que le impedía romper esa farsa de matrimonio, pero en realidad, a quien más odiaba, a quien detestaba con todas sus fuerzas, era a sí mismo por continuar enamorado de una mujer que le había roto el corazón, que le había humillado en su hombría, pero a la que amaba desde la primera vez que la vio en la puerta de una residencia de estudiantes, desorientada, insegura y con la duda de no saber muy bien qué hacia una chica de un pequeño pueblo en la gran ciudad.

-Hola, ¿puedo ayudarte?

-Hola, pues no sé, creo que ésta es mi residencia pero no consigo que me abran, parece que no hay nadie…

-¿Me dejas ver? Sí, efectivamente es aquí, bueno, las chicas de recepción no siempre están aquí, podemos pasar a la sala y tomar algo, desde allí podremos ver cuándo regresan.

- Sí claro.

Se les hizo de noche hablando de esto y de aquello. Su voz encantaba a Jean-Paul como si fuera la armonía que ponía el sentido a cada nota de su vida. Como si por fin el tiempo se parase y nada importara. Como si su vida tuviera un sentido, que pasaba inevitablemente por su voz, por su piel, por su aroma.

Pero eso era antes, por eso Jean-Paul trabaja de sol a sol y siempre va impecablemente vestido, con una sonrisa que irradia seguridad, porque esa sonrisa es lo único seguro que tiene, esos eran los referentes en los que él había elegido vivir su vida, ¿Quizá por refugio? Quién sabe… Pero la verdad, la que sólo él sabía, era que el mercedes, el traje y el despacho era en lo único en lo que se podía consolar cuando el espejo le escupía la verdad en las narices, un triste consuelo que tiene que acompañar cada noche con una copa de whisky escocés cada vez más cargada. ¿La verdad que el espejo escupe? Que llega tarde del trabajo porque de esa manera evita los problemas en casa, que sus hijos estudian en un colegio carísimo, que el día de mañana les permitirá acceder a grandes oportunidades, pero en realidad, él sabe que tanto él como sus hijos están perdiendo los mejores años de sus vidas. Que no es su mano la que su niña, la niña de sus ojos, busca cuando tiene miedo en la oscuridad, que no es a él a quien busca su hijo nervioso la noche de antes de enfrentarse a un partido de tenis, no es a él porque él no está allí.

Por eso, la vida del hombre del mercedes no lo tiene todo, en realidad solo tiene lo que se ve.

El semáforo está en rojo, Jean-Paul se pregunta la utilidad de los semáforos en tardes de atascos, los avances parecen ignorar los colores del disco y se producen de manera caprichosa sin que nadie sea capaz de dar lógica al tránsito. Jean-Paul mira por la ventanilla hacia la parte peatonal del puente, ve a una pareja, jóvenes, probablemente universitarios, se les ve enamorados… Recuerda los años en los cuales él también pensaba que lo mejor todavía estaba por llegar, cambia de vista y se fija en un señor que camina como si el mundo no fuese con él, piensa en él y se lo imagina como alguien derrotado por la vida, alguien que observa la felicidad desde la certeza del que se sabe ajeno a ella. Se le ve inteligente, es de mediana edad aunque en su andar acumula las cicatrices de una vida vivida anclada en la decepción constante, siente lástima por él pero de inmediato una voz le ordena que detenga ese sentimiento. -Todos hemos tenido problemas, pero no todos acabamos dando pena por la calle, hay que mostrar de qué pasta se está hecho para seguir adelante. – Jean-Paul se repite esas palabras más por consuelo que porque las piense, en realidad, Jean-Paul nunca se ha parado a pensar cómo se sienten Dorian y su amante. Jamás imaginó una gota de sufrimiento por parte del “sirveplatos” como acostumbraba a llamarlo en tono despectivo haciendo notar su supremacía delante de su esposa, ni tan siquiera un año de terapia bastaron para que perdonara a su esposa ni para mostrar un mínimo respeto humano hacia ese perdedor que no tiene donde caerse muerto.

Al igual que Dorian, Donatien, el “sirveplatos” sólo ha tenido un amor en su vida. Hombre honesto, trabajador y sencillo, su corazón saltó en mil pedazos cuando Dorian le dijo que debía dejar el pueblo para estudiar ciencias económicas en París como era el deseo de su padre y también el de ella. Un amor que no fue capaz de resistir la distancia física, y no sólo física, y por eso se culpa cada día, porque desde ese momento, la única ocasión en la que conoció la felicidad fue a ratos furtivos. – Yo nunca te podré comprar ese reloj mi amor, pero a cambio, te diré te quiero una vez por cada hora del día y algún día, si todo sale bien, podré regalarte cualquier cosa que se te antoje. Él ignoraba que ella ya tenía el mejor regalo, su amor incondicional y sin reservas, que el día que él se presentó por sorpresa a la salida de su trabajo en las oficinas de un banco sintió que su corazón no le cabía en el pecho. Pero le dejaba hablar cuando decía eso, no quería romper sus sueños, no quería menoscabar su autoestima, aunque para ella, ya era el hombre más maravilloso del mundo.

¿Por qué tardó tanto tiempo? ¿Por qué no se puso el mundo por montera y se fue a buscar a su amor al día siguiente de que ella se fuera? Sólo él sabe las veces que se ha hecho esa pregunta. Porque Donatien era feliz en el campo, porque su padre le necesitaba allí, porque pensó que volvería arrepentida al poco de estar en París, porque era ella la que se había ido, porque….

Hasta que un día se cansó de esperar, de los porqués e hizo lo que tenía que haber hecho 10 años antes. Tomar el primer tren y hacer dos cosas que le habían aterrado desde que Dorian se marcho, no pedir billete de vuelta y ponerse a prueba a sí mismo.

Jean-Paul volvió a tomar conciencia de la realidad y vio al hombre subido en lo alto de la barandilla del puente. Él y otros conductores salieron a toda prisa intentando disuadir al transeúnte de que bajara de allí, de que no saltara de aquél puente. El hombre volvió la mirada, por un instante se quedó mirando fijamente a Jean-Paul, bajo la cabeza y aceptó el destino que de alguna manera siempre le había estado esperando. Como si su sufrimiento no fuera más que una señal inequívoca de la inutilidad de su existencia y de la urgencia del descanso.

Jean-Paul regresó al mercedes, el puente se llenó de gente que se aglutinaba en las barandillas mostrando sin pudor su interés por el morbo y su desdén por el suicida. El camino a casa Jean-Paul se lo pasó recapacitando, -¡Dios mío! ¡Qué puede llevar a un hombre a hacer semejante cosa! La vida es un don tan preciado que no tengo derecho a perderla en rencores y evitando la realidad. Dorian está a mi lado cada noche, la amo tanto, y hace tanto que no la abrazo al acostarnos, que no le digo lo hermosa que es, que no hacemos el amor al despertar, he estado tan ciego en el pasado…

Cuando abrió la puerta de su casa estaba dispuesto a abrazar a su mujer, a decirle lo mucho que la quería, a hacerle el amor, a decirle lo tonto que había sido tirando por la borda un año de matrimonio, que los niños volverán a casa como era su deseo. Está deseando llegar al salón donde ella suele pasar las tardes, leyendo o escuchando a Chopin, cuando llega allí encuentra a su mujer con una maleta en sus pies y un pañuelo en las manos, había estado llorando, ya no lo hacía, no le quedaban lagrimas, ni ganas, sobre el sofá, una nota, de Donatien:

Hola mi amor, esta será la última carta que te escribiré, he comprendido tu camino y a través de él el mío. No recuerdo ni un solo momento feliz en mi vida que no sea a tu lado, y ahora, ahora he alcanzado mi destino, tú eres feliz y eso me hace dejar este mundo en paz. No quiero soñarte cada noche, imaginarte cada día y caer en la frustración de abrazar un invisible, un imposible. He comprendido que hay hombres que nacen desgraciados y mi felicidad sólo es a tu lado. Te doy las gracias por los trocitos de luz que me regalaste y que iluminaron mi vida, desde algún sitio te estaré viendo, y desde ahí, te amaré igual que lo hice cada momento de mi vida.

Jean-Paul miró a su esposa, su mirada tenía tanta tristeza que era imposible que trasmitiera otra cosa.

-Adiós Jean-Paul.

jueves, 24 de marzo de 2011

Atenas en llamas y Somnis de la Plaça Rovira

Las dos canciones que más me gustan del último disco de Aute: "Intemperie"



viernes, 18 de marzo de 2011

Bonitas casualidades. Para Miguel.

Medio año después aquí vuelvo. Dije que me iría un tiempo y luego la cueva y yo decidiríamos qué hacer con todo lo que hemos creado, y hemos concluido que no puede caer en el olvido. Y he encontrado dos razones, que me parecen esenciales por lo que os voy a explicar:

En primer lugar, y por empezar por lo más intrascendente, el otro día se me rompió el ordenador donde tenía guardados probablemente la mayoría de las cosas que escribo. Es imposible recuperar esa información, y me di cuenta de que en la cueva conservo gran parte de esos escritos y poesías, muchas veces porque los escribo sobre la marcha, otras porque rompo lo que escribo. Así que ya, simplemente por eso, la cueva se merece una recompensa, por guardar mi alma y dejarme recuperarla de vez en cuando.

En segundo lugar, y lo más importante, ayer descubrí una señal. Mi sobrino Miguel me preguntó por mi blog, y eso no es una señal cualquiera…. No…. Esa señal merece ser tenida muy en cuenta porque Miguel, que es un chico magnífico, no solo reúne muchas de las cualidades que todo chico de su edad quisiera tener: es guapísimo y muy inteligente. Pero lo que yo quiero resaltar de él es que es una persona tremendamente especial, como la cueva. Siempre lo ha sido, desde que nació… Miguel tiene un grandísimo mundo interior, y me hizo volver a caer en la idea de que no podemos dejar que nada ni nadie nos arrebate la capacidad de pensar y de crear. Miguel escribe muy bien (hace poco me escribió una cosa preciosa), y le gusta mucho el mundo del pensamiento. Por eso, yo desde aquí le animo para que nunca deje ese mundo interior tan inmenso que tiene, igual que él ayer me recordó que yo no debo abandonar el mío.


Y por eso le dedico esta actualización, con todo el cariño de mi corazón.

Y ya solo dejaros con una frase que me mandaron hace un tiempo y que hoy, de casualidad, he vuelto a encontrar. Y, como esto va de bonitas casualidades, la comparto:

CUADERNO

Tu pelo es el cuaderno

De nuestros recuerdos….

jueves, 5 de agosto de 2010

Un tiempo


 

Este sábado, por fin, me voy de vacaciones. Estoy muy muy cansada. Aunque en vacaciones no descanso mucho porque ando de arriba abajo visitando familia, hay demasiadas cosas que nunca dejo (y creo que nunca dejaré de echar de menos). Me reconfortan las voces, los olores, el tacto… Es como una regeneración, un regreso necesario. Sé que estos meses tengo el blog muy abandonado, que escribo poco y rápido, que ya no queda ni rastro de las primeras entradas…. Lo sé. La cueva no esta pensada para ir disminuyendo, y, sin embargo, a duras penas se mantiene en pie. Nunca me ha gustado decaer, prefiero abandonar antes de morir. Sin embargo, hay algo que me mantiene aquí. No he preparado nada para el tiempo que no voy a estar, pero lo he hecho a propósito. La cueva también se va de vacaciones. En septiembre ella y yo decidiremos si sobrevivimos o nos retiramos a tiempo.

 

Cuidaos y sed felices. Mil besos a todos los que aún me siguen leyendo y opinando sobre mis entradas... Nos veremos cuando vuelvan el otoño y las mariposas


lunes, 26 de julio de 2010

La cueva está sola y vacía….. Me mira desde dentro y llora. Chirría de grietas y de humedad. Me queda mucho por limpiar, mucho calor que sentir, muchos días que ver el reflejo del sol. La cueva me mira y me reprocha su existencia, da golpes sin que yo me de cuenta, me grita con sonidos que tiemblan al paso de mis pies. La cueva duele. Me abraza pero siento frío. Me quiere para ella sola. A veces me enfado con el eco y me voy, dentro, más adentro todavía, donde ni siquiera la cueva me encuentra. Donde no hay reflejos, ni días, ni horas, donde no hay tiempo ni….. vida. La cueva resiste mis enfados con resignación, pero cada vez que me pregunta por qué me doy medio vuelta y hago como que no la he escuchado. La cueva y yo no sabemos quiénes somos ni por qué tenemos que salvarnos la una a la otra.

viernes, 18 de junio de 2010

Abrirlo fue mucho más que dejarte entrar para destrozarlo.

Abrirlo fue recordar que podía hacerlo,

Aniquilar el miedo, dejarme el odio atrás.

Abrirlo dolió mucho y fue muy sincero.

Abrirlo me concedió otra oportunidad.

 

Cerrarlo dolió más, fue poco a poco,

Chirriando con cada caricia que esperaba,

Agotado de los sueños que no llegaron

Y de las promesas que eran tan solo eso.

Ilusión.

 

Me deshice y me estrujaste.

No tenías ningún derecho….

 

¿Dónde está mi corazón?

Déjame que lo envuelva lleno de cicatrices abiertas

Y se lo entregue a quien quiera amarlo.

Dámelo ensangrentado y sin esperanza

Para que lo ponga al sol y lo limpie de decepción.

He aprendido la lección y solo quiero volver a casa.