Os dejo un relato que me han enviado esta tarde. Es de una gran persona, un mejor amigo y un buenísimo escritor. Los dos compartimos afición y me honra que me haya enviado esto último que ha escrito para que le diese mi opinión, y sobretodo le agradezco que me haya permitido publicarlo en mi blog. Yo le he dicho la frase que me parece más chocante para mí, él me ha dicho otra, me encanta... Porque precisamente ahí está la magia de la literatura, en coger un texto que no es tuyo y hacerlo tuyo. Para vosotros, ¿cuál es la frase que más os gusta o impacta?
Relato: En los suburbios del derribo
Autor: Roman Ferrando Llopis
A ella, por ser la armonía
que puso sentido a cada
nota de mi vida.
A las 3 de la tarde de cualquier día de Agosto en París el cielo acostumbra a obsequiar a los parisinos con más cantidad de sol de la que están acostumbrados a soportar. Jean-Paul es un triunfador en la vida, lo tiene todo, o quizá no, pero para cualquier transeúnte de aquel puente atascado por el tráfico, probablemente ese hombre del mercedes deportivo negro es un clarísimo exponente del éxito social. A veces incluso hay adolescentes, y no tan adolescentes, que se quedan mirando el coche en una mezcla de curiosidad y envidia nada sana.
En realidad la vida de Jean-Paul es una mierda que enmascara tras un traje muy caro, un coche muy potente y un despacho con secretaria. Amaba a su esposa, hasta que una mañana mientras ella estaba en el baño, descubrió que ella realmente estaba enamorada de su primer amor de la adolescencia, un perdedor a todas luces que servía platos recalentados en un antro a las afueras de la ciudad. Despreciaba a su esposa por haber roto la confianza que él había puesto en ella, odiaba su círculo social que le impedía romper esa farsa de matrimonio, pero en realidad, a quien más odiaba, a quien detestaba con todas sus fuerzas, era a sí mismo por continuar enamorado de una mujer que le había roto el corazón, que le había humillado en su hombría, pero a la que amaba desde la primera vez que la vio en la puerta de una residencia de estudiantes, desorientada, insegura y con la duda de no saber muy bien qué hacia una chica de un pequeño pueblo en la gran ciudad.
-Hola, ¿puedo ayudarte?
-Hola, pues no sé, creo que ésta es mi residencia pero no consigo que me abran, parece que no hay nadie…
-¿Me dejas ver? Sí, efectivamente es aquí, bueno, las chicas de recepción no siempre están aquí, podemos pasar a la sala y tomar algo, desde allí podremos ver cuándo regresan.
- Sí claro.
Se les hizo de noche hablando de esto y de aquello. Su voz encantaba a Jean-Paul como si fuera la armonía que ponía el sentido a cada nota de su vida. Como si por fin el tiempo se parase y nada importara. Como si su vida tuviera un sentido, que pasaba inevitablemente por su voz, por su piel, por su aroma.
Pero eso era antes, por eso Jean-Paul trabaja de sol a sol y siempre va impecablemente vestido, con una sonrisa que irradia seguridad, porque esa sonrisa es lo único seguro que tiene, esos eran los referentes en los que él había elegido vivir su vida, ¿Quizá por refugio? Quién sabe… Pero la verdad, la que sólo él sabía, era que el mercedes, el traje y el despacho era en lo único en lo que se podía consolar cuando el espejo le escupía la verdad en las narices, un triste consuelo que tiene que acompañar cada noche con una copa de whisky escocés cada vez más cargada. ¿La verdad que el espejo escupe? Que llega tarde del trabajo porque de esa manera evita los problemas en casa, que sus hijos estudian en un colegio carísimo, que el día de mañana les permitirá acceder a grandes oportunidades, pero en realidad, él sabe que tanto él como sus hijos están perdiendo los mejores años de sus vidas. Que no es su mano la que su niña, la niña de sus ojos, busca cuando tiene miedo en la oscuridad, que no es a él a quien busca su hijo nervioso la noche de antes de enfrentarse a un partido de tenis, no es a él porque él no está allí.
Por eso, la vida del hombre del mercedes no lo tiene todo, en realidad solo tiene lo que se ve.
El semáforo está en rojo, Jean-Paul se pregunta la utilidad de los semáforos en tardes de atascos, los avances parecen ignorar los colores del disco y se producen de manera caprichosa sin que nadie sea capaz de dar lógica al tránsito. Jean-Paul mira por la ventanilla hacia la parte peatonal del puente, ve a una pareja, jóvenes, probablemente universitarios, se les ve enamorados… Recuerda los años en los cuales él también pensaba que lo mejor todavía estaba por llegar, cambia de vista y se fija en un señor que camina como si el mundo no fuese con él, piensa en él y se lo imagina como alguien derrotado por la vida, alguien que observa la felicidad desde la certeza del que se sabe ajeno a ella. Se le ve inteligente, es de mediana edad aunque en su andar acumula las cicatrices de una vida vivida anclada en la decepción constante, siente lástima por él pero de inmediato una voz le ordena que detenga ese sentimiento. -Todos hemos tenido problemas, pero no todos acabamos dando pena por la calle, hay que mostrar de qué pasta se está hecho para seguir adelante. – Jean-Paul se repite esas palabras más por consuelo que porque las piense, en realidad, Jean-Paul nunca se ha parado a pensar cómo se sienten Dorian y su amante. Jamás imaginó una gota de sufrimiento por parte del “sirveplatos” como acostumbraba a llamarlo en tono despectivo haciendo notar su supremacía delante de su esposa, ni tan siquiera un año de terapia bastaron para que perdonara a su esposa ni para mostrar un mínimo respeto humano hacia ese perdedor que no tiene donde caerse muerto.
Al igual que Dorian, Donatien, el “sirveplatos” sólo ha tenido un amor en su vida. Hombre honesto, trabajador y sencillo, su corazón saltó en mil pedazos cuando Dorian le dijo que debía dejar el pueblo para estudiar ciencias económicas en París como era el deseo de su padre y también el de ella. Un amor que no fue capaz de resistir la distancia física, y no sólo física, y por eso se culpa cada día, porque desde ese momento, la única ocasión en la que conoció la felicidad fue a ratos furtivos. – Yo nunca te podré comprar ese reloj mi amor, pero a cambio, te diré te quiero una vez por cada hora del día y algún día, si todo sale bien, podré regalarte cualquier cosa que se te antoje. Él ignoraba que ella ya tenía el mejor regalo, su amor incondicional y sin reservas, que el día que él se presentó por sorpresa a la salida de su trabajo en las oficinas de un banco sintió que su corazón no le cabía en el pecho. Pero le dejaba hablar cuando decía eso, no quería romper sus sueños, no quería menoscabar su autoestima, aunque para ella, ya era el hombre más maravilloso del mundo.
¿Por qué tardó tanto tiempo? ¿Por qué no se puso el mundo por montera y se fue a buscar a su amor al día siguiente de que ella se fuera? Sólo él sabe las veces que se ha hecho esa pregunta. Porque Donatien era feliz en el campo, porque su padre le necesitaba allí, porque pensó que volvería arrepentida al poco de estar en París, porque era ella la que se había ido, porque….
Hasta que un día se cansó de esperar, de los porqués e hizo lo que tenía que haber hecho 10 años antes. Tomar el primer tren y hacer dos cosas que le habían aterrado desde que Dorian se marcho, no pedir billete de vuelta y ponerse a prueba a sí mismo.
Jean-Paul volvió a tomar conciencia de la realidad y vio al hombre subido en lo alto de la barandilla del puente. Él y otros conductores salieron a toda prisa intentando disuadir al transeúnte de que bajara de allí, de que no saltara de aquél puente. El hombre volvió la mirada, por un instante se quedó mirando fijamente a Jean-Paul, bajo la cabeza y aceptó el destino que de alguna manera siempre le había estado esperando. Como si su sufrimiento no fuera más que una señal inequívoca de la inutilidad de su existencia y de la urgencia del descanso.
Jean-Paul regresó al mercedes, el puente se llenó de gente que se aglutinaba en las barandillas mostrando sin pudor su interés por el morbo y su desdén por el suicida. El camino a casa Jean-Paul se lo pasó recapacitando, -¡Dios mío! ¡Qué puede llevar a un hombre a hacer semejante cosa! La vida es un don tan preciado que no tengo derecho a perderla en rencores y evitando la realidad. Dorian está a mi lado cada noche, la amo tanto, y hace tanto que no la abrazo al acostarnos, que no le digo lo hermosa que es, que no hacemos el amor al despertar, he estado tan ciego en el pasado…
Cuando abrió la puerta de su casa estaba dispuesto a abrazar a su mujer, a decirle lo mucho que la quería, a hacerle el amor, a decirle lo tonto que había sido tirando por la borda un año de matrimonio, que los niños volverán a casa como era su deseo. Está deseando llegar al salón donde ella suele pasar las tardes, leyendo o escuchando a Chopin, cuando llega allí encuentra a su mujer con una maleta en sus pies y un pañuelo en las manos, había estado llorando, ya no lo hacía, no le quedaban lagrimas, ni ganas, sobre el sofá, una nota, de Donatien:
“Hola mi amor, esta será la última carta que te escribiré, he comprendido tu camino y a través de él el mío. No recuerdo ni un solo momento feliz en mi vida que no sea a tu lado, y ahora, ahora he alcanzado mi destino, tú eres feliz y eso me hace dejar este mundo en paz. No quiero soñarte cada noche, imaginarte cada día y caer en la frustración de abrazar un invisible, un imposible. He comprendido que hay hombres que nacen desgraciados y mi felicidad sólo es a tu lado. Te doy las gracias por los trocitos de luz que me regalaste y que iluminaron mi vida, desde algún sitio te estaré viendo, y desde ahí, te amaré igual que lo hice cada momento de mi vida.”
Jean-Paul miró a su esposa, su mirada tenía tanta tristeza que era imposible que trasmitiera otra cosa.
-Adiós Jean-Paul.